Escribujo de Lluvia

Otra vez despertar con el sonido estridente de la alarma del teléfono. Otra ducha rápida medio dormido. Un café frío de un trago. El viaje en el metro, escondiendome de mis iguales tras un libro. En la oficina intercambio de monótonos buenos días. La bandeja de entrada rebosa temas triviales. Otro café. Llamadas con voces extrañas, con las que me entretengo imaginando sus caras. Reuniones interminables y descansos demasiado cortos. Al final salgo más tarde de lo que debería.

De camino a casa no consigo descontectar de esa enfermedad endémica que es el trabajo. Veo el futuro incierto. Los errores del pasado. Pienso en lo que tengo lejos. En lo que quería ser cuando quería ser mayor. En la batalla que es cada día. Me siento en un banco a reposar el dolor de cabeza. Se pone a llover. Lo que faltaba este día. Una lágrima se confunde con la primera gota de lluvia, que impacta cerca del ojo. Siento que cada una que me golpea el rostro arrastra con ella un poco de tristeza. Me refresca. Son como pequeñas descargas eléctricas que me hacen reaccionar. Alzo la mirada al cielo y una sonrisa se va dibujando en mi boca. En ese momento me doy cuenta de que detrás de esas nubes está el sol. Miro a mi alrededor sintiendo lástima por aquellos infelices que no olvidaron el paraguas en casa.

Escribujando un Sábado 14.


Creo que nadie es consciente de la presión que soporto. La gente me mira y supone que disfruto de lo que hago. Es cierto que cortar cabezas y desmembrar cuerpos puede parecer divertido al principio. Debo confesar que los primeros cadáveres resultaron refrescantes. Un soplo de aire fresco. Matar me daba la vida. Es como una droga. Cuando lo pruebas por primera vez te sientes mal, pero muy excitado. Con el tiempo aprendes a pasarlo bien. Pero llega un momento en que se te va de las manos. Miras atrás y ves la destrucción, dolor y muerte que has sembrado a tu alrededor.

Mis recuerdos son sombríos, y me siento solo. Es difícil que alguien quiera ser amigo de un psicópata asesino como yo. Pero... ¿Acaso no soy una persona? ¿Acaso no sangro cuando me pinchan? Cuando me miran sólo ven una careta ensangrentada. Intento acercarme a las personas, mostrarles mi verdadero yo. Pero sus caras reflejan el pánico que sienten, yo me pongo nervioso, y acabo haciendo lo que se hacer. Matarlos. ¿Pero qué pasa con el rostro que hay detrás de las máscara? ¿Qué pasa con el alma que hay detrás de ese rostro?

Hay momentos en los que quiero gritar que me encantan las flores. Que adoro el color rosa. Que, cuando estoy solo, escucho las SpiceGirls. Que soy un apasionado de Física o Química y de Fama. Pero ¿qué diría la gente? Soy un asesino. Nací asesino. O por lo menos es lo único que la gente ve en mi. Por lo tanto seguiré haciendo lo que hago. Eso es lo que se espera que haga.

Escribujando el Amor


Blacanieves ya no era aquella chica joven y estilizada. Ya no tenía la voz aflautada, y había dejado de ser dulce y vivaracha. Los cinco partos habían destrozado su figura, y la adicción crónica al tabaco y los ansiolíticos habían acabado con su salud física y mental. La viruela dejó marcas en su piel, y los copiosos banquetes de la corte le hicieron engordar desmesuradamente. 

Los abogados del Príncipe Azul le arruinaron en el proceso de divorcio, y apenas tenía lo suficiente para malvivir. Los pocos ahorros que había ido guardando los perdió en una estafa piramidal, llevada a cabo por La Bella Durmiente, que resultó ser muy "despierta", y se decía que se había fugado con todo el dinero a Brasil. Blancanieves se había convertido en un despojo social. En una paria sin presente ni futuro. 

Pero eso no le importaba a Gruñón. Siempre estuvo enamorado de ella, y aún lo estaba. Por fin había reunido el valor suficiente para declararse, y abandonaría a los otros seis enanitos para iniciar una nueva vida con su amada.

Escribujando un Dragón


Empiezo a sospechar que el hijo no es mío. ¿Pero de quién? Yo soy el único gallo del gallinero. ¡Tengo que averiguar la verdad! No sé si podré vivir tranquilo con la sospecha de estar criando al hijo de otro. Mirándolo detenidamente, tiene mis ojos. Y las orejas de mi tío. Es posible que mis sospechas sean infundadas. Quizá simplemente tiene un defecto genético. O incluso podría ser la evolución de la especie. Está claro que es más grande y fuerte que la gallina común, y puede lanzar fuego por el pico. Mi amigo, el Pavo Mohinder Suresh, me ha contado mil veces que algo así era posible. Puede que mi hijo sea un super pollo... Para qué engañarme. Yo si que soy una evolución de la especie. El primer gallo con cuernos. Ahora le veo sentido a aquella frase que tanto repetía mi padre antes de morir a la pepitoria: "Las gallinas son más putas que las gallinas".