Escribujando La verdadera Navidad.


Siempre han dicho que yo lo que quiero es robar la Navidad porque la odio. Menuda tontería. Quizás sea a la persona a la que más le gusta la Navidad del mundo. Bueno, persona no soy del todo. Aunque un día lo fui. Pero poco a poco, año tras año, me he ido convirtiendo en lo que veis.

Lo creáis o no, antes yo era un joven apuesto de rizos dorados, de complexión atlética, facciones suaves, ojos verdes y tez rosada. Mi nombre Grinch Claus. Mi apellido os suena ¿verdad? Efectivamente, soy el hermano mayor de Santa Claus. Mi padre era Hermann Wilhelm Claus. Y en su día yo era el Príncipe del Polo Norte. Un reino de enanos verdes muy graciosos y trabajadores. Durante siglos, mi padre había tenido la responsabilidad de analizar las cosas buenas y malas que se hacían en el mundo y las premiaba o castigaba. Con juguetes para los niños buenos, y carbón para los malos.

Porque en nuestro reino había dos grandes factorías. La fábrica de juguetes Claus & Son,  de la que mi padre me había hecho gerente, ya que al ser el mayor de sus hijos, sería su sucesor, y la Compañía de Explotación Minera del Carbón del Polo Norte, que gestionaba mi hermano Santa. Todo funcionaba genial hasta que llegó la revolución industrial. Con el aumento de la demanda de carbón por parte de los países en los que se desarrollaban las múltiples industrias, El precio de esta materia prima se disparó de forma desorbitada. Mi hermano Santa vio la oportunidad para hacer mucho dinero vendiendo el carbón de nuestras minas. Pero como había muchos niños malos, apenas quedaba stock para hacer negocio.

El día que falleció nuestro padre yo debía asumir el liderazgo, pero Santa tenía otros planes. Me citó en la fábrica de juguetes y me empujó en el interior de una cubeta de disolvente industrial. El me creyó muerto, así que asumió el liderazgo del Polo Norte, y se dedicó a vender nuestro carbón al mejor postor. Y desde entonces, todos los niños, hayan sido buenos o malos, reciben regalos en Navidad, porque el carbón se vende para ser quemado.

Aunque sobreviví, físicamente me vi muy afectado, y me escondí en las montañas. Y ahora, ha llegado mi momento. Voy a revolucionar las Navidades tal y como las conocemos. Volveremos a sus inicios, donde aquellos que sean malos recibirán lo que se merecen. Mi hermano Santa tiene los días Contados. ¡Mi venganza está cerca! ¡Viva la auténtica Navidad!

Vida y muerte de un Escribujante


Por mucho presionábamos ella seguía impasible. Llevábamos trece horas de interrogatorio, y aquella mujer no mostraba la más mínima debilidad. Su nombre era Emma Gianakopoulos, y era hija de uno de los más importantes armadores griegos. 

Había estudiado en las mejores escuelas europeas, codeándose con la flor y nata de la aristocracia continental. Pronto había mostrado un carácter rebelde e inconformista, y abandonó sus estudios en la Universidad de La Sorbona para dedicarse al arte audiovisual. Pasó a formar parte de los círculos intelectuales alternativos de la vida bohemia de París. Y se le relacionó sentimentalmente con los artistas más vanguardistas del momento. 

Últimamente su pareja era un pintor fracasado Benjamín Edelstein. Un beatnik desfasado que culpaba de su escaso éxito a la sociedad. Sostenía que era un adelantado a su tiempo, y que en el momento en que muriese sus obras obtendrían el reconocimiento que se merecían. Varios testigos aseguraban haber escuchado a Benjamín la idea de suicidarse para que por fin la gente le prestase atención a su arte. Pero nadie le tomaba en serio. 

La mañana de 13 de Mayo, el señor Edelstein se precipitó al vacío desde la ventana de su buhardilla, en el número 34 del Bulevar Saint-Michel, estrellándose contra el pavimento y pereciendo en el acto. En el apartamento sólo se encontraba Emma, que aseguraba que Benjamín saltó por su propia voluntad, harto de no triunfar, e intentando demostrar su teoría sobre la revalorización de su obra. El caso parecía sencillo, pero algo en la cara de la señorita Gianakopoulos hacía pensar que no le dolía demasiado la muerte de su amante. 

Esto, unido a que ella era la única heredera de todas las pinturas del desaparecido pintor (que efectivamente se estaban revalorizando de una manera espectacular), y beneficiaria de su seguro de vida, la ponían en el punto de mira de mi investigación. Fría como el hielo contestaba mis preguntas con monosílabos. Después de varias horas de infructuoso interrogatorio, una grieta en su ánimo me hizo creer que se derrumbaría y confesaría su más que probable culpabilidad en la muerte de Benjamín. 

Pero en ese momento, un ejército de abogados, enviados por su adinerado padre irrumpieron en la habitación y se la llevaron. El caso se cerró, admitiendo el suicidio. Ella desapareció de la vida intelectual de París, e incluso de Francia. 

Yo, 8 años después,  sigo investigando. Releyendo. En busca de cualquier detalle que pueda incriminarla. Es la asesina de mi hermano y no voy a detenerme.

Inspector Adam Edelstein.

PsycoEscribujo


Me llamo Ander Treviño, y soy Pisicologuista. Lo digo de cara y sin avergonzarme. Durante años vengo escuchando las penas, preocupaciones y locuras de todos aquellos que se pueden permitir pagar 85 Euros la hora. Como se habrán podido imaginar he visto de todo. Desde la pobre anciana que se deprimía cada vez que alguien decía "José María Íñigo", hasta el misterioso caso del increíble "Hombre tetera" Que se dedicaba a ir a restaurantes y cafeterías para orinar en las tazas de la gente. Un artículo sobre este último paciente, que escribí para la revista "Pisicologuistas Hoy" me valió el premio de la Academia de Pisicologuistas Españoles.

Pero los pacientes que realmente han marcado mi existencia son "El Señor Cesta de Huevos", que sólo sabía decir "Cesta de Huevos", y "La Prima de Mao Zedong", una señora de Pozuelo de Calatrava que aseguraba ser descendiente directa del líder Comunista Chino. 

Empecemos por el primero. Cuando llegó a la consulta "El Señor Cesta de Huevos" me quedé impresionado. A cada pregunta que yo le hacía el respondía ¡Cesta de Huevos! No había forma de que dijera otra cosa. Le induje al sueño. Le desperté de golpe y me dijo ¡Cesta de Huevos! Probé a comunicarme con él escribiendo, pero sólo escribía ¡Cesta de Huevos! y se frustraba porque no le entendía. Y yo me frustraba porque no veía la forma de ayudarle. 

En el caso de "La Prima de Mao Zedong" me pasó algo parecido. Aunque era claramente española y caucásica (además de estar ternesca), se empeñaba en hablar en chino. Como yo sospechaba que en realidad se lo inventaba, invité a Chang, el dependiente de la tienda de ultramarinos del barrio, que como en el resto de España resulta que es chino, y le pedí que me tradujera. Pero me dijo que no entendía lo que decía la señora. Dos casos en los que me tuve que rendir por ser incapaz de comunicarme con los pacientes.

Una mañana, Estaba comprando alcaparras en la tienda de Chang y entró "El Señor Cesta de Huevos". Miró a Chang y le dijo ¡Cesta de huevos! Chang le entregó lo que pedía y mi paciente dijo ¡Gracias! Estaba curado. Sólo necesitaba que le dieran lo que pedía.

"La Prima de Mao Zedong" murió poco después de la curación de Emilio (Así se llamaba "El Señor Cesta de Huevos"). Estando en el funeral se presentaron muchos chinos de uniforme y le rindieron honores militares. Resulta que Mao Zedong estuvo de visita en España y echó una canita al aire con una autóctona. Y fruto de esta relación nació "La Prima de Mao Zedong". Chang me confesó que él era Coreano, pero fingía ser chino para poder entrar en el negocio de las tiendas de chinos (¿Quién ha oído hablar de las tiendas de coreanos?) Por eso no entendía lo que decía "La Prima de Mao Zedong".

Como buen Pisicologuista sólo puedo sacar una conclusión lógica de mis experiencias profesionales. Las cosas no son lo que parecen, y sobre todo, muchas veces no parecen lo que son.

Mi Escribujo es un Jefe. Mi Jefe es un Mono. Mi Mono es un Escribujo.


Colgué el teléfono y me sudaban las manos. No sabía si llamar a mi madre o gritar por la ventana. El papel con la dirección de la cita estaba arrugado entre mis dedos. Era hora de prepararse. Saco mi mejor traje. Me lo pruebo con 4 camisas diferentes. Al final elijo la blanca. Saco brillo a los zapatos cada dos horas. Reviso trescientas ochenta y siete veces la lista de cosas que necesito. Una copia de cada uno de los títulos de mis dos licenciaturas. Las acreditaciones de mis tres idiomas. Cartas de recomendación. Dos copias de mi curriculum actualizado. He estudiado cada aspecto de mi formación y experiencia profesional. Soy capaz de responder a todas las preguntas. He preparado mi presencia al detalle. Estoy listo para la entrevista de trabajo. 

Llego antes de tiempo, y me tomo un café en el bar de abajo. 5 minutos antes de la hora de la cita entro en la oficina. Me sientan en la sala de espera durante 40 minutos. Al final, una chica de recursos humanos me mete en un cuartito y me da una carpeta enorme con cientos de tests. Uno de personalidad, otro de idiomas, Otro de inteligencia... Al acabar los evalúan, y deciden que me merezco una entrevista personal. Hablo durante media hora con un especialista en recursos humanos respondiendo a preguntas sobre temas que no tienen nada que ver con mi experiencia, con mi formación, ni con el puesto de trabajo al que aspiro. Al terminar me mandan a casa prometiéndome que tendré noticias suyas. 

Como no es la primera vez que me pasa esto, no espero que me llamen. Pero me llaman. Me dicen que tengo que presentarme en las oficinas para participar en unas dinámicas de grupo con los demás aspirantes. En las dinámicas nos hacen colaborar por equipos. Hacemos juegos de niños. Mientras 3 pseudopsicologos nos miran con las cejas arqueadas mientras toman notas en sobre una carpeta. Cuando terminamos a 6 nos hacen pasar a otra habitación. Donde nos comunican que nos entrevistará el jefe del departamento de la vacante. Me reúno 5 minutos con un señor que me pregunta básicamente si sé manejar una hoja de cálculo. Cuando finalizo voy camino de casa cuando me llaman para decirme que el trabajo es mío.

En mi primer día me encargan hacer fotocopias y llevar café. El segundo día tengo que comprobar 50 Excel y crear otros 50. Oigo un grito en el cubículo de al lado. Me asomo u veo a lo que se podría describir como un chimpancé con traje, que se dedica a meterse en Facebook y ver videos de YouTube. Es mi jefe directo. Al investigar un poco descubro que se apellida igual que el dueño de la empresa. Curioso. Resulta que mi trabajo es hacer el trabajo por el que pagan al inútil del hijo del dueño para justificar su salario. Eso si, por un décima parte de lo que cobra él. Casi envidio a los que se quedaron en la primera entrevista del proceso de selección.