Escribujo: En Busca del Alma Perdida


Perdido en mitad de la Jungla Centroamericana, Henry Walton Jones Jr, más conocido como Indiana, empieza a replantearse su vida. Si. Todos dicen que ha sido cojonuda. Que ha corrido miles de aventuras. Que ha conocido cientos de países y culturas. Que ha contribuido a llenar Museos con antigüedades de valor incalculable. Todo maravilloso. Pero ¿a costa de qué? 

Durante toda su infancia acompañó a su padre en viajes alrededor del mundo. Donde conoció a Freud, Tolstoi, Lawrece de Arabia... ¿Era eso adecuado para un niño de tan corta edad? Él quería salir a jugar como el resto de los niños, pero no pudo. En lugar de relacionase con gente de su edad, y hacer lo típico de un crío, creció entre Safaris en Kenia, Monasterios griegos o viajes a Rusia. Sufrió raptos, luchó en guerras y revoluciones, escapó de mil enemigos... y todo eso lo compaginaba con sus estudios en Princeton y la universidad de Chicago. 

Como es normal no tenía tiempo para las relaciones sociales. Había tenido centenares de escarceos con mujeres de toda índole, y su relación con Marcus Brody Siempre había despertado rumores en la universidad (aunque para él sólo había sido un compañero especial). Pero ¿qué me dices de la amistad y el amor? ¿Acaso una persona puede ser feliz sin amigos? ¿Sin alguien a su lado?

Llegado este momento, el totem precolombino de oro que sujetaba entre las manos dejaba de tener valor para él. ¿Y si se había equivocado? Durante años quiso ser mago, pero su padre se negó, y le presionó para que estudiase arqueología. ¿Sería momento de cambiar? Sí, era mayor. Pero aún tenía tiempo de hacer lo que le gustaba. De llevar una vida tranquila y normal, cuyo objetivo no fuese rescatar un medallón del Inca Atahualpa, sino hacer disfrutar a niños y mayores con trucos e ilusiones.

Lo había decidido. En cuanto regresase a la civilización, se apuntaría a la Escuela de Magia de Anthony Blake. Eso o comprarse un Magia Borrás.

Escribujo de Lorenzo de Arabia

Eran las tres de la mañana de un martes cualquiera. A pesar de no haber dormido en dos días, no tenía sueño. En la tele sólo ponían programas de teletienda, vendiendo alargadores de pene, y películas erótico-festivas. Empecé a notar que los niveles de nicotina de mi organismo descendían peligrosamente, así que me puse un pantalón de pijama y unas chanclas, y bajé a la calle a comprar tabaco. 

El chino de debajo de mi casa había cerrado, pero pensé que era posible que vendiesen en la gasolinera del parque de Canal. Me dije ¡Vamos allá! Pero resulta que se les había acabado, y pensé que era posible que vendiesen en la estación de autobuses de Méndez Álvaro. Me dije ¡Vamos allá! Pero al llegar me dijeron que habían prohibido vender en la estación. Entonces vi a un hombre que terminaba un cigarro y se metía en un autobús. Y me dije ¡Vamos a pedirle uno! Así que me metí en el autobús a preguntarle, pero resulta que era el último que le quedaba. Y el autobús se puso en marcha rumbo a Algeciras antes de que me bajase. Y pensé que cuando llegue a Algeciras podría comprar tabaco en Gibraltar, que es más barato. Así que ¡Vamos allá! 

Pero me quedé dormido, y no me bajé en Algeciras, sino que me desperté en Tanger (no me preguntéis como llegó allí). Un poco desconcertado decidí conseguir un cigarrito en algún lado y ya después pensar en como volver a casa. Pero resulta que en Marruecos la gente habla árabe y francés, y nadie me entendía (ahora me arrepiento de no haber hecho más caso a Carlos Roso en clase). Y pensé ¡Joder! En el Sahara Occidental la gente habla castellano también. Si voy allí seguro que un cigarrito me dan. Así que me cogí un camello y... ¡Allá vamos! Pero claro, yo no había pensado en que no tengo ni idea de donde está el Sahara Occidental, por lo que me perdí. 

Llevo veinticinco años vagando por el desierto. Buscando a alguien que me de un fortuna, o incluso un LM Light. El mes pasado me crucé con un profesor de chino mandarín que también se había perdido. Y cuando le pregunté, con lágrimas en los ojos, que si tenía tabaco, me dijo que sí. Pero me ofreció un Ducados negro, así que le mandé a la mierda y seguí mi camino. Cualquier día de estos dejo de fumar y me vuelvo a casa, que mi mujer y mis hijos deben estar empezando a preocuparse.