Preguntas, respuestas y Escribujos

Después de 56 años recluido en este sótano, la puerta se abre a un nuevo mundo. Durante este tiempo había leído a los clásicos y meditado profundamente sobre la existencia, y sobre su existencia. En ningún momento había experimentado otro entorno diferente a las cuatro paredes de ladrillo que se levantaban a su alrededor. Ni siquiera sabía si esas paredes se levantaban o se expandían. Si siempre habían estado ahí o de repente aparecieron.


Estaba seguro de la existencia de semejantes. Bueno, en realidad nunca tuvo certeza de que aquellos que se llamaban sus semejantes lo fueran realmente. La lógica decía que cada uno de ellos era un ser independiente con conciencia e independencia. Pero para él, admitirlo no era más que un acto de fe. Nada demostraba que realmente sentían como él sentía, sufrían los mismos dolores o tenían las mismas preguntas y miedos. Había llegado a la conclusión de que él era único. Que los demás solo eran imágenes proyectadas de si mismo. Entes sin alma propia.



Como reflejaban los libros, a lo largo de la historia que le han querido contar, otros personajes y sociedades se habían creído el centro de la existencia. ¿Estaría tropezando en la misma piedra o realmente el era lo importante? Su mente se inclinaba hacia la lógica de ser uno más. Incluso uno menos. Pero sus tripas se revolvían intentando aceptar la mediocridad. Se envenenaba con la idea de renunciar a su individualidad. Al sentimiento de ser especial y único.


Y ese miedo es el que le mantenía inmóvil al pie de la escalera. Sin poder dar un paso hacia adelante. Tenía a unos metros la solución a todos los interrogantes que le habían mantenido en vela noche tras noche. Y dudaba de querer aceptar la realidad. De descubrir que él no era ÉL. Sino que era uno. Por un lado desearía ratificar por fin que los demás eran sus iguales. Y de esta manera huir de la soledad y el peso de la responsabilidad. Pero le provocaba ansiedad ver desaparecer aquello que le hacía especial. Y aún tenía un miedo mayor. Tan profundo que ni él mismo habría podido expresarlo con palabras. Se le estrujaba el corazón y le bloqueaba la garganta la posibilidad de que el final de la escalera solo hubiese más preguntas. Que la luz que desde el sótano le iluminaba y le calentaba la cara solo era el reflejo de otra bombilla en unas paredes de ladrillo más altas.