Llevaba años parado en la misma esquina. Siempre con su cartel. Esperando. Algunos le conocían como Fanegas el que Espera. Para otros era el Gordaco del Cartel. Los muchachos del barrio le llamaban loco. Decían que se había quedado viudo muy joven, y había perdido el juicio. Los más viejos del bar aseguraban que era un retrasado que se había perdido en una excursión del centro para personas especiales, y que nunca volvieron a recogerle. Cada habitante del pueblo tenía una historia diferente. Todas ellas le dibujaban con grandes problemas mentales. Y es cierto que al mirarle parecía que nadie iba al volante. Pero ¿Quién era en realidad?
A principios de los años noventa, en la localidad murciana de Calasparra, la vida sonreía a Isidoro. Acababa de terminar sus estudios de Tornero Fresador, y comenzaría a trabajar en RENFE, con un buen sueldo, unos beneficios sociales espectaculares y Ticket restaurante a mansalva. Además, la Romería de la virgen era esta semana, y Jacinta, la hija del Boticario de Cieza, le había prometido que iría. Aprovecharía para declararse.
Todo era perfecto. Tendría el trabajo de sus sueños y la mujer de sus sueños. Se puso el traje de los domingos, cogió un ramillete de flores silvestres y un cartel en el que expresaba su amor. Se fue a la estación de autobuses a esperar a su amada.
Cada vez que llegaba un autobús se ponía nervioso, esperando que Jacinta bajase y le viese. Pero iban pasando las horas y Jacinta no venía. Cuando llegó la noche pensó que quizás viniese al día siguiente. Así que se levantó temprano por la mañana y de nuevo a la parada de autobuses. Pasó el día de la misma forma que el anterior. Ella no aparecía. Probó suerte al siguiente, y al siguiente, y al siguiente... Pero el resultado era siempre el mismo.
Con su afán de encontrarse con la hija del boticario, olvidó su entrevista en RENFE. Por lo que no consiguió el trabajo de sus sueños. Pero bueno, aún le quedaba la mujer de sus sueños. Siguió esperando. Ya lloviese o nevase. Ya fuese Navidad o Semana Santa. Isidoro no se movía de su sitio. Incluso cuando cerraron la estación de autobuses él seguía allí. Siempre esperando. Pasaron los meses, los años... Y nadie se presentó.
A día de hoy se ha convertido en un personaje sombrío. Su aspecto se ha vuelto lamentable. Sus ropas están viejas y descoloridas. Las madres asustan a sus hijos para que se coman la sopa, nombrándole como si fuese el coco. Han intentado internarlo en un psiquiátrico varias veces, sin éxito. Su expresión es triste y cansada. Pero mientras los niños le insultan y salen corriendo, mientras las señoras se cruzan de acera para no cruzarse con él, a Isidoro le brillan los ojos por un momento. Un segundo en el que ve pasar un autobús cerca. Se vuelve a poner nervioso creyendo cerca a su enamorada. Y permanece quieto de nuevo. Habiéndolo perdido todo, menos el recuerdo de lo que una vez le hizo el hombre más feliz del mundo.
Pobre Isidoro, anda que la tal Jacinta¡¡¡¡¡¡¡
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