Derrotado. Y ni siquiera he plantado cara. Me rindo al recibir los primeros puñetazos. La inercia me lleva a un nuevo combate, pero el vacío que me gobierna, impide que levante mis puños. No sólo para golpear a quien me amenaza, sino que tampoco hago esfuerzos por parar los golpes. Ni siquiera me ha dolido. Ni siquiera he sido consciente del inicio y fin de la pelea.
Recuerdo que el toque de campana me ha despistado por un momento de los pensamientos pesimistas que dan vueltas en mi cabeza. Quizá este derrotismo me tiene anestesiado. No hay nada que me importe. No hay nada que me ilusione. No creo que estas sean mis batallas. Por eso no me molesto en combatir. Me ahoga el abismo que tengo delante. Un gran catarata que se lleva los mejores años de mi vida, sin que en ellos haya nada que merezca la pena salvar de la caída. De vez en cuando creo ver una rama a la que agarrarme, pero suelen ser espejismos.
Me sujeto a las cuerdas para no caer al suelo. Emiezo a notar el dolor de las contusiones. Este cabrón se ha ensañado conmigo. Pero las heridas sanarán y mañana volveré a dejarme apalear por otro anónimo patea-cadáveres. Necesito sangrar para comprobar que sigo vivo. Hasta que llegue el día en que, con mi último aliento, levante los puños contra la apatía, y me ensañe contra el que esté delante mío. Hasta el día en que devuelva todos los golpes recibidos. Con tal furia que mi nombre quedará grabado a fuego en los miedos de aquellos que me han ninguneado. Cuando aparezca una esperanza que me resucite de esta muerte en vida, mis pies destrozarán culos a patadas, y mi voz atemorizará a las masas.
Impresionante relato, impresionante dibujo, contra las cuerdas, vamos a dejar a los que no visiten escribujo
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