Tumbado sobre la cama pienso en lo que queda por delante. Mi mente empieza a jugar conmigo. Como una ruleta descontrolada, empiezan a surgir grandes ideas de mi interior. Son rápidas y se transforman en otras a gran velocidad. Se disparan como flashes y cuesta retenerlas, e incluso comprenderlas. Cada diez o quince de ellas, una resulta ser brillante. Me niego a perderla. Hago un esfuerzo sobrehumano para atesorarla. Casi la abrazo con mi determinación. Pero la propia obsesión anti-olvido es como si la embadurnara de aceite. Se resbala. Por más que intento aferrarme a ella, veo que la pierdo. Se aleja. Soy consciente de estar olvidando algo que he pensado hace 10 segundos, pero soy incapaz de evitar que se disipe. Desaparece por completo, y mi reacción es reírme de mi propia estupidez. Cada una perdida me deja desnudo y ansioso. Se convierten en misterios que nunca podré resolver.
Frustrado por mi incapacidad de revivir las ideas milagrosamente imposibles que han paseado por mi cabeza, decido ponerme un poco de música. Llamadme loco (¡HE DICHO QUE ME LLAMÉIS LOCO!), pero ciertas canciones provocan en mí sensaciones tan fuertes que duelen. Alegrías y penas. En esta ocasión dábamos un paso más. El tema lo conozco de sobra. Tarareo al principio, para terminar sumergiéndome en su melodía. Éste siempre me ha levantado el ánimo, aunque esta vez la efecto es muy diferente. Tengo la impresión de llevar escuchando la misma canción varias horas. Y no se repite. Simplemente está dilatando cada segundo, cada instante, hasta el infinito. Llega a pararlo, y hasta a retroceder. Las notas se suceden en una combinación que pone en duda la linealidad del tiempo. Es una emoción difícil de explicar. Aparentemente todo es igual, pero notas en las pulsaciones del corazón algo singular, insólito. Te lo dice cada palpitar.
Podrían haber pasado 3 días como 5 minutos cuando, bastante desconcertado, me arranco los auriculares de los oídos. Necesito descansar de mi viaje. El silencio en la oscuridad ayuda a limitar mis percepciones y sus interpretaciones. Los pies en la almohada. La mirada fija en un punto situado a medio camino entre mi cara y el techo. Sin previo aviso una luz empieza a crecer justo donde estoy mirando. Parece el nacimiento de una estrella. Una nube brillante del tamaño de un balón de rugby se sitúa a escasos centímetros de mis ojos. De ella salen caminos, montañas, niños en bicicleta, arcoíris, seres unicelulares de colores fosforitos y sonrisas enormes... Todos giran y se mueven si tener en cuenta normas físicas ni dimensiones conocidas. Un zumbido agudo es el acompañamiento perfecto a esta tranquilidad. Todo es extraño pero nada me extraña. Siento haber estado antes aquí.
Pero llega un momento en que la nube se apaga y cae sobre mi pecho como un cubo de agua fría. Vuelve la oscuridad y con ella una sensación helada. Los parpados se cierran con fuerza protegiéndose del exterior. Siento que algo se acerca. Lo tengo frente a mí. Respirando profundamente. Su aliento es pesado y pestilente. Cuando abro los ojos su rostro es claro una décima de segundo. Es pálido y el semblante está gobernado por dos cuencas negras donde debería haber globos oculares. Y como si mi mirada lo acobardase huye lejos de mí. Saltando fotograma a fotograma. Una huida en Stop-Motion. Creo que me he librado, pero cada vez que cierro de nuevo los ojos se repite la situación. Y al abrirlos vuelve a huir. Estoy aterrado. Lucho contra el sueño y el cansancio. He de estar vigilante. Pero llega un momento en el que, sin darme cuenta, caigo rendido. Todo termina. Mañana seguro que lo que me ha pasado tendrá más sentido pero sin duda será menos interesante.
Soy de oro. Estoy solo. Y a mi lado una estrella de mar.
Como siempre geniales, reconozco que he tenido que leerlo tres veces para entender el final, o será que no tengo la suficiente capacidad de comprensión para entender a estos extraordinarios escribujantes¡¡¡¡ ESCRIBUJO está fuera de lo corriente.
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