Por mucho presionábamos ella seguía impasible. Llevábamos trece horas de interrogatorio, y aquella mujer no mostraba la más mínima debilidad. Su nombre era Emma Gianakopoulos, y era hija de uno de los más importantes armadores griegos.
Había estudiado en las mejores escuelas europeas, codeándose con la flor y nata de la aristocracia continental. Pronto había mostrado un carácter rebelde e inconformista, y abandonó sus estudios en la Universidad de La Sorbona para dedicarse al arte audiovisual. Pasó a formar parte de los círculos intelectuales alternativos de la vida bohemia de París. Y se le relacionó sentimentalmente con los artistas más vanguardistas del momento.
Últimamente su pareja era un pintor fracasado Benjamín Edelstein. Un beatnik desfasado que culpaba de su escaso éxito a la sociedad. Sostenía que era un adelantado a su tiempo, y que en el momento en que muriese sus obras obtendrían el reconocimiento que se merecían. Varios testigos aseguraban haber escuchado a Benjamín la idea de suicidarse para que por fin la gente le prestase atención a su arte. Pero nadie le tomaba en serio.
La mañana de 13 de Mayo, el señor Edelstein se precipitó al vacío desde la ventana de su buhardilla, en el número 34 del Bulevar Saint-Michel, estrellándose contra el pavimento y pereciendo en el acto. En el apartamento sólo se encontraba Emma, que aseguraba que Benjamín saltó por su propia voluntad, harto de no triunfar, e intentando demostrar su teoría sobre la revalorización de su obra. El caso parecía sencillo, pero algo en la cara de la señorita Gianakopoulos hacía pensar que no le dolía demasiado la muerte de su amante.
Esto, unido a que ella era la única heredera de todas las pinturas del desaparecido pintor (que efectivamente se estaban revalorizando de una manera espectacular), y beneficiaria de su seguro de vida, la ponían en el punto de mira de mi investigación. Fría como el hielo contestaba mis preguntas con monosílabos. Después de varias horas de infructuoso interrogatorio, una grieta en su ánimo me hizo creer que se derrumbaría y confesaría su más que probable culpabilidad en la muerte de Benjamín.
Pero en ese momento, un ejército de abogados, enviados por su adinerado padre irrumpieron en la habitación y se la llevaron. El caso se cerró, admitiendo el suicidio. Ella desapareció de la vida intelectual de París, e incluso de Francia.
Yo, 8 años después, sigo investigando. Releyendo. En busca de cualquier detalle que pueda incriminarla. Es la asesina de mi hermano y no voy a detenerme.
Inspector Adam Edelstein.
No me esperaba este final, menudo escribujo de intriga, muy bueno.La camiseta del escribujo me suena.
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