Escribujando un Entierro...


Ya siento que estoy radiante por volver. Tengo en cuenta que el diamante es carbón. Más de un año perdido en el desierto. Esquivando estepicursores empujados por el viento. Escapando de mi sombra, unas veces alargada y otras casi inexistente. Y mirando hacia atrás. Vigilando si me sigue.

Me ha hecho un traje a medida. Un traje de madera y clavos. Me cree muerto. Dice que ya no tengo más que dar. Está convencido que ya no hay nada en mi interior. Me ve vacío. Me ve cansado. Piensa que todo lo que hice, además de ser mediocre, es lo mejor que puedo dar de mi mismo. Me quiere alojar bajo tierra a oscuras. Y yo le he creído. Ha llegado a convencerme de que lo único que puedo hacer es correr. De que ya no tengo la capacidad de mirarle a los ojos y sonreír. De reír. De pedir aplausos por las mierdas que salen de mi cabeza. Y me he dedicado a correr alejándome de él, por si tenía razón. Y aunque no estoy bajo tierra hace tiempo que actúo como un muerto.


Pero he visto huellas en la arena. He pensado que por fin encontraba una salida. Las he seguido, y cuanto más avanzaba más huellas encontraba. Iría donde muchos otros habían ido. Horas caminando y cada vez mas pisadas. Hasta que me he dado cuenta de que caminaba en círculos siguiendo mis propias huellas. Cada vez que daba una vuelta encontraba más marcas en el suelo. Marcas que yo había hecho momentos antes. Y he roto a reír.

En ese momento me he dado cuenta de que solo he huido de mí mismo. Es lo más absurdo que me ha pasado. El absurdo siempre ha sido mi fuente de inspiración y la faceta humana que más admiro. Y me he sentido lleno de fuerza. De fuerza estúpida y surrealista.

Paro en seco. Limpio una gota de sudor que me resbala por el filtrum camino del labio. Sacudo la arena de los pantalones y doy el primer paso. Ya no camino, ahora paseo. Todo lo que veía seco y muerto se muestra como luminoso y fascinante. Paro un rato a separar los granos rosas de arena del resto. Los guardo en el chivato del paquete de fortuna. Dibujo con mi lengua sobre mi paladar palabras que me gustan. Zurraspa, paréntesis, escualo, ojete... Cierro los ojos muy fuerte para ver lucecitas. Hago sombras chinescas que no representan nada. Me golpeo la cabeza con el puño y suena a hueco. Tiro piedras con la mano izquierda. Mis pasatiempo favoritos.

Sin darme cuenta he llegado a la sede central de Escribujo. Un local destartalado en el que antes se vendían cigarrillos electrónicos. Yorch ha llegado antes y está dibujando un pene con alas en el cristal de la puerta. Ha convertido un par de ataúdes en peceras para carpas japonesas. Él y su obsesión con la cultura nipona... Pero tiene buen aspecto. Acostumbrados a los reencuentros, lo único que me dice es "te he dejado un borrador sobre la mesa". A currar.

Cosmonauta del Escribujo

Carl Sagan era un hijo de puta. Seguro que muchos de vosotros estáis escandalizados ante esta afirmación, pero es lo que siento al pensar en él. Recuerdo la primera vez que vi su careto. En el sótano del edificio de aulas de mi colegio. El profesor de física metió una polvorienta cinta VHS de la serie Cosmos: Un viaje personal en el reproductor, y en la pantalla apareció el hijo de puta. Llevaba un jersey de punto e intentaba disimular su incipiente calvicie dejándose el pelo un poco largo. Me recordó a Félix Rodríguez de la Fuente, que tampoco me ha gustado nunca por culpa de una cursi canción que cantábamos en el grupo scout al que pertenecí.

El cabrón se puso a hablar del universo. De cuándo y cómo se creó. De cuando aparecimos los humanos. Y lo que más acojona, de cuándo va a reventar el sol y mandarnos a todos al carajo. Porque sí, el sol va a explotar. Vale que ocurrirá en millones de años, y que si la ciencia no lo evita me pillará criando malvas, pero que todo se va a acabar. En documentales posteriores decían que para entonces tendríamos la tecnología necesaria para trasladar a la humanidad a otro planeta, o incluso mover la propia tierra para alejarla del sol. Pero yo no me lo creo. También nos decían que en el año 2000 los coches volarían y en 2014 aún veo algún Renault 21 por la carretera. Nada. Todo va a reventar.


Lo que me hace meditar. Somos nada. Y no refiero a lo típico de "no somos nada". Me refiero a que de verdad no somos importantes. Nos vemos a nosotros mismos como el centro de la existencia. Y es lógico, ya que solo somos conscientes de nuestra existencia. Pero no importamos una mierda. Y no le refiero a los que como yo, tenemos un currito insignificante y vivimos como podemos. Todos y cada uno de los seres humanos no importamos nada. Bastaría para demostrarlo el hecho de que miles de personas mueren diariamente de hambre y de enfermedades para las que hay cura, y la verdad es que nos la suda. Pero como no quiero remover conciencias, ni parecer demagógico lo intentaré demostrar de otra manera.

No logro imaginar la muerte de una persona que realmente suponga un problema. Pensaréis que si se muere un presidente de gobierno o un papa, eso sí es importante. No, es mediático, pero no importante. De hecho son los menos importantes, ya que los sustituimos por otros inmediatamente. Si se nos muere el cónyuge nunca lo sustituiríamos inmediatamente, a no ser que esa haya sido la razón de su muerte, pero no es lo habitual. Por lo que es más importante la desaparición de cualquier mindundi con seres queridos que la de una importantísima autoridad pública, ya que unos son reemplazables y otros no. Pues miles de personas importantes para otros mueren a diario. Y a los demás nos la suda. Ergo nadie es importante.

Es decir, nadie es realmente importante para la humanidad. Además ni siquiera es la humanidad es importante para la vida. Había vida antes de nuestra aparición y la habrá cuando ya no estemos. Y la vida ni siquiera es importante para la existencia del universo. Solo conocemos vida en nuestro planeta y el resto del universo sigue su curso sin nosotros.

Con todo esto dan ganas de cortarse las venas. O de vivir de forma destructiva. Esto es lo que me inspira el puto Carl Sagan. Pero a pesar de todo seguimos creyéndonos el centro de la existencia. Y lo hacemos porque tenemos la esperanza de hacer cosas grandes e importantes, quizás para compensar nuestro complejo de inferioridad. En mi caso me debato entre el pesimismo y la esperanza. Esperanza de que la mejor canción está aún por sonar. De que Amatria vuelva a darme la vuelta a la piel. De que me queden cientos de ataque de risa con mi hermano. De disfrutar de un paseo por la montaña. De seguir conociendo todo con Morcilla. Y por supuesto de escribujar el Escribujo definitivo con Yorch. Que te jodan Carl Sagan.

Preguntas, respuestas y Escribujos

Después de 56 años recluido en este sótano, la puerta se abre a un nuevo mundo. Durante este tiempo había leído a los clásicos y meditado profundamente sobre la existencia, y sobre su existencia. En ningún momento había experimentado otro entorno diferente a las cuatro paredes de ladrillo que se levantaban a su alrededor. Ni siquiera sabía si esas paredes se levantaban o se expandían. Si siempre habían estado ahí o de repente aparecieron.


Estaba seguro de la existencia de semejantes. Bueno, en realidad nunca tuvo certeza de que aquellos que se llamaban sus semejantes lo fueran realmente. La lógica decía que cada uno de ellos era un ser independiente con conciencia e independencia. Pero para él, admitirlo no era más que un acto de fe. Nada demostraba que realmente sentían como él sentía, sufrían los mismos dolores o tenían las mismas preguntas y miedos. Había llegado a la conclusión de que él era único. Que los demás solo eran imágenes proyectadas de si mismo. Entes sin alma propia.



Como reflejaban los libros, a lo largo de la historia que le han querido contar, otros personajes y sociedades se habían creído el centro de la existencia. ¿Estaría tropezando en la misma piedra o realmente el era lo importante? Su mente se inclinaba hacia la lógica de ser uno más. Incluso uno menos. Pero sus tripas se revolvían intentando aceptar la mediocridad. Se envenenaba con la idea de renunciar a su individualidad. Al sentimiento de ser especial y único.


Y ese miedo es el que le mantenía inmóvil al pie de la escalera. Sin poder dar un paso hacia adelante. Tenía a unos metros la solución a todos los interrogantes que le habían mantenido en vela noche tras noche. Y dudaba de querer aceptar la realidad. De descubrir que él no era ÉL. Sino que era uno. Por un lado desearía ratificar por fin que los demás eran sus iguales. Y de esta manera huir de la soledad y el peso de la responsabilidad. Pero le provocaba ansiedad ver desaparecer aquello que le hacía especial. Y aún tenía un miedo mayor. Tan profundo que ni él mismo habría podido expresarlo con palabras. Se le estrujaba el corazón y le bloqueaba la garganta la posibilidad de que el final de la escalera solo hubiese más preguntas. Que la luz que desde el sótano le iluminaba y le calentaba la cara solo era el reflejo de otra bombilla en unas paredes de ladrillo más altas.

Esperando un Escribujo

La figura de Emilio Vasques Utrilla ha pasado a la historia como el revolucionario más admirado de la primera mitad de la primera década del tercer milenio contado a partir del nacimiento del líder de las religiones cristianas, como el catolicismo o los protestantes y baptistas, y mesías de otras como el judaísmo o islam, Jesús Estefan de Nazaret y Borges.

Su revolución no consistió en derrocar a un dictador. No consiguió que las grandes corporaciones multinacionales se preocuparan por el planeta y por los que en él vivimos. No logró la concienciación de los medios de comunicación con la necesidad de educar en la cultura con el entretenimiento. Ni siquiera fue pionero en usar Telegram en lugar de Whatsapp. Pero a día de hoy es respetado como un innovador. Las camisetas llevan su cara estampada. Hay posters en los que aparece con la mirada perdida en el horizonte. Se saca brillo a diario a las estatuas de bronce que se levantaron en su honor en todos los pueblos de España. Su familia luce con orgullo los apellidos de este ilustre personaje que inmigró desde Sudamérica para traernos su conocimiento.


Centenares de libros repasan su vida y analizan sus logros. El principal de ellos fue nada más y nada menos que poner de acuerdo al 50% de la población de la tierra. Concretamente al 50% que tiene pene. Su análisis se centró en cómo los individuos macho de la especie humana pasaban horas y horas de su tiempo esperando a que los individuos hembra de la misma especie estuviesen listos y arreglados. ¡No le parecía justo! Se estaba perdiendo un tiempo precioso y valioso. Como dijo José Luis Sampedro "El tiempo no es oro. El oro no vale nada. El tiempo es vida". Por lo tanto se estaban perdiendo vidas. Cientos de miles de vidas cada día. Y decidió remediarlo.

A través de redes sociales convocó a todos los hombres del mundo a una reunión online. Y se decidió que nunca más se esperaría a una mujer que llegase tarde. Era necesario que esto se hiciese de forma unánime y sin debilidades. No podía haber fisuras. Si uno solo de los eslabones de la cadena fallaba, caerían todos de nuevo. Y se logró el compromiso total.

A partir de ese momento nunca más se esperó a una mujer que llegaba tarde. Y poco a poco todo el mundo empezó a estar a su hora. Pero resulta que los hombres se empezaron a relajar. De repente ya no eran tan puntuales. Se decían "una vida más al Call of Duty y me visto". Y se empezó a crear la costumbre de que los hombres llegasen tarde. Ahora se pueden ver parques, restaurantes, bares y portales llenos de mujeres esperando a que los hombres estén listos. Otra revolución se avecina.